EL FÚTBOL NO EXPULSA AL RACISMO

Moussa Marega, delantero, de 28 años, franco-maliense, decidió marcharse del campo.
Compañeros y rivales, algunos también de raza negra, trataron de convencerlo por todos los medios de que no se fuera. Lo sujetaron, lo agarraron, el portero de su equipo, se llevó las manos a la sien como gesto de no entender su actitud, el entrenador se apresuró a pedir el cambio para no quedarse con 10... Todos se emplearon a fondo con la intención de que el encuentro continuara, con o sin Marega, pero nadie en ese instante se solidarizó con él ni propuso medidas de fuerza, como abandonar el terreno de juego o no disputar un minuto más mientras hubiera insultos. La prioridad fue el choque, que había que acabarlo a toda costa, y no el jugador agredido. Sin embargo, el empeño del resto no torció la voluntad del delantero, que enfiló los vestuarios dedicando peinetas a la grada.
Después de todo lo sucedido el jugador dedicó en sus redes sociales una frase, que definió a la perfección el trato que había recibido no solo por parte de quienes lo insultaron sino también de los responsables del campo: “Agradezco también a los árbitros que me hayan mostrado amarilla por defender mi color de piel”.
En mi opinión creo que las instituciones responsables deberían hacerse cargo de estas situaciones y poner límites, ya que debemos practicar con el ejemplo, y si ponemos límites a estas actuaciones de una forma tajante y en vista de todos, también podremos acabar con el racismo en la calle.
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